Decidimos que los tonos mantendrían un diálogo con los materiales y cada uno de los niveles. En Polonia es muy común que las puertas sean imponentes, y al entrar a ellas, un desnivel de madera acompaña a un mueble donde se colocan los zapatos de los habitantes e invitados. La manera en que resolvimos el cambio de contexto con esta herencia de la arquitectura polaca fue manifestar el desgaste de las escaleras utilizando una madera con mayor densidad en las esquinas, dejando rastro de las personas que han entrado y salido. Pensamos las mesas y algunos muebles de manera tan elemental que decidimos utilizar piezas completas para montarlos, más que construirlos.

Y como creemos en la sincronía de las culturas, los materiales y las intenciones, decidimos manifestar un contraste con el otro jardín, inspirado en él, más oscuro, para absorber la luz, diseñado con piedra de recinto cortada en tiras de 6 cm para el suelo, piedra tecnológica para la mesa y el mueble de asador. En este caso, lo elemental se refleja en el casi monocromatismo de los materiales.

Una de nuestras prioridades fue trabajar con materiales neutros en el interior de la planta baja, para que las piezas antiguas que colecciona él convivieran de la manera más natural posible. Así, las reuniones, enlazadas a través de la charla casual y, algunas veces, más seria, no se distrajeran con materiales o tonos excesivos.

Con la pareja habíamos llegado a otra conclusión: queríamos sentir tan de cerca una tranquilidad natural, que nos permitimos pensar la segunda planta como la entrada a una caverna. Gris, fría, tenue, con esas paredes donde la mano de obra de los trabajadores se vuelve protagonista. Mirarlas de cerca da la ilusión de que algunas pinturas rupestres han viajado a través del tiempo, quizá cruzado países, después de haber sido talladas con piedra, ramas carbonizadas, o tintas con las que en el futuro se teñirían las cortinas. Estas caen como vestidos antiguos en todas las ventanas del departamento 001.

¿De qué otras maneras imitaremos el tiempo?